Novelista anglo-caribeña de la primera mitad del siglo XX. Sus primeras novelas fueron publicadas durante las décadas de los años 1920 y 1930. Jean Rhys (Roseau, 24 de agosto de 1890-Exeter, 14 de mayo de 1979), cuyo verdadero nombre era Ella Gwendolen Rees Williams. Hasta la publicación de su novela Ancho mar de los Sargazos (Wide Sargasso Sea) en 1966, no fue considerada una figura literaria de relevancia. La precuela de la novela Jane Eyre de Charlotte Brontë, ganó en 1967 el prestigioso premio literario otorgado por WH Smith, el WH Smith Literary Award.
Fragmento de Ancho mar de los Sargazos (Wide Sargasso Sea).
“La vi morir muchas veces. Pero a mi manera, no a la suya. A la luz del sol, en la penumbra, a la luz de la luna, a la luz de las velas. En las largas tardes, cuando la casa estaba vacía. Sólo el sol nos hacía compañía, entonces. No lo dejábamos entrar. ¿Por qué? Muy pronto llegaba el momento en que Antoinette ansiaba tanto como yo el acto que se denomina amar, y, luego, quedaba más perdida y confusa que yo.
-Aquí, puedo hacer lo que quiera -decía.
Lo que ella. quisiera, no lo que yo quisiera. Y, entonces, también yo lo decía. Parecía lo adecuado, en aquel solitario lugar:
-Aquí, puedo hacer lo que quiera.
Raras eran las personas que encontrábamos, cuando salíamos de casa. Y aquellas que encontrábamos nos saludaban y seguían su camino.
Llegué a sentir simpatía hacia aquellas gentes de montaña, silenciosas, reservadas, jamás serviles, jamás curiosas (al menos, esto pensaba), aunque nunca supe que sus rápidas miradas de soslayo veían cuanto deseaban ver.
Por la noche, tenía sensación de peligro, y procuraba olvidarme de ello, alejar la sensación.
-Estás seguro -decía.
A Antoinette le gustaba esto, que le dijeran que estaba segura O, al tocar levemente su cara, tocaba lágrimas. Lágrimas: nada. Palabras: menos que nada. En cuanto a la felicidad que le daba, era peor que nada. No la amaba. Estaba sediento de ella, pero esto no es amor. Muy poca ternura sentía hacia ella, era una desconocida para mí, una desconocida que no pensaba ni sentía como yo.
Una tarde, la visión de un vestido de mi mujer, que había dejado caído en el suelo de su dormitorio, suscitó en mí un deseo salvaje que me dejó jadeante. Cuando quedé agotado, me aparté de ella y dormí, sin decirle una palabra, sin hacerle una caricia. Desperté, y me estaba besando. Leves y suaves besos. “